“El
agua se encontraba más tranquila de lo que era habitual a esas horas de la
tarde y se extendía hacia el horizonte como una sábana recién planchada. Y él
nadaba plácidamente, como alguien empeñado en alterar lo menos posible la
serenidad de la superficie. Avanzaba a través del mar irisado formando suaves
ondas a su alrededor, con la serenidad y convicción que da el saber que…rápido
se me apretoOó… y me gusta tanto cuando se pega, ¡pega!”
El joven pasajero levantó la
vista del libro para averiguar qué había interrumpido su lectura. Acababa de
cruzar la puerta un individuo corpulento, con un cigarrillo a medio fumar en la
oreja y desnudo de cintura para arriba. La camiseta que debía cubrirle el torso
colgaba despreocupadamente de su hombro. Se acercó haciendo sonar sus chanclas
en el suelo y se acomodó a una distancia de dos asientos vacíos. Por lo visto,
dicho individuo, no veía necesario el uso de auriculares a la hora de escuchar
música. De tal manera que convertía a todos los que le rodeaban en involuntario
público de su serenata. Nuestro protagonista trató de centrarse de nuevo en la
novela que tenía entre las manos pero por encima de las palabras que su mente
iba interpretando, se alzaba el metálico sonido del teléfono móvil de su
vecino. Nadie dijo ni hizo nada para acabar con aquella falta de respeto. Había
más gente allí dentro, no podía ser que a nadie más le resultara molesto.
Frustrado, pensó en una fácil solución a su problema: desplazarse hasta otro
punto del vagón. Allá donde la música de aquel energúmeno no pudiera
incomodarlo. Pero en lugar de ello hizo algo que no habría osado hacer de no
encontrarse tan furioso. Se acercó aún más a la fuente de su enfado. Justo al
lado. Tocando muslo con muslo. Toda una provocación hacia alguien que, aparentemente,
tendría las de ganar si el encuentro pasaba a mayores. Nuestro héroe abrió de
nuevo el libro y habló dirigiéndose directamente a su antagonista.
-
Mientras nadaba, sólo pensaba en ella. En sus suaves muslos, en su piel color
canela, en el lunar al borde el ombligo…
Fue
alzando la voz para imponerla sobre la irritante música, y la alzó más aún para
acallar las réplicas de su oyente, que no se encontraba preparado para tal
contrariedad.
- Subió las escaleras con la misma parsimonia con la que había
llegado nadando. En su rostro de mirada ausente se dibujaba una sonrisa
bobalicona.
Los
boquerones frescos recién comprados de la mujer sentada en frente ayudaban a
proyectar lo que leía.
-
Quizá, de no encontrarse tan absorto, hubiera advertido las sutiles señales que
presagiaban un final trágico.
El
destinatario del relato levantó sus gafas de sol, aún incrédulo, para observar
mejor a su rival.
– Se
dirigió a proa mirando hacia la costa esquivando sin querer los retazos de una
camiseta desgarrada.
Le
pareció escuchar ahí fuera, graznidos de gaviota.
-
Abrió los brazos y cerró los ojos para sentirse envuelto por aquel aire tan
mediterráneo.
Olía
el mar y casi sentía el agua salada en a boca.
- Tardó
unos minutos en descubrir que algo no iba a bien. Esperaba verla nadando cerca
de allí pero no conseguía encontrarla.
De
pronto se dio cuenta de que la música había parado de sonar. Lo cual no le
parecía una buena señal. Había olvidado que estaba leyendo en voz alta para
importunar a un ser hostil.
-No
está, ¿dónde puede haber ido?, dijo en voz alta.
No
levantaba la cabeza del libro pero notaba la dura mirada de su oponente clavada
en él.
–
La esperó sentado mirando hacia la orilla hasta que vio caer el sol…
A
cada palabra que pronunciaba, notaba crecer la tensión en el ambiente
-…y
concluyó entonces que habían estado jugando con él. Aquello era algún tipo de
broma pesada.
Sentía
que la agresión física directa era ya una opción más que plausible
-Estaba
a punto de volver cuando escuchó un sonido proveniente de la cabina.
El
golpe parecía inminente, pero no desistió.
-Algo
había caído.
Se
le quebraba la voz. Se esfumaba el valor reunido por la rabia y empezaba a ver
aquello como un sinsentido.
- Se
acercó hasta allí con paso precavido…
Aunque
empezaba a amilanarse, no paró de leer.
- …
y al llegar, la vio.
Entrecerraba
los ojos cada vez que intuía un movimiento brusco
- O
mejor dicho, vio sus pies, descalzo uno de ellos, que colgaban inertes a un
metro del suelo.
Aquello
no había sido una buena idea.
- No
se atrevió a mirar arriba, no quería ver su cara hinchada y azul.
Fue
entonces, cuando ya tenía la certeza de que aquello no iba a acabar nada bien,
cuando escuchó anunciarse su parada y recobró el valor perdido
- Un
ligero balanceo le hizo suponer que alguien subía a bordo. Se quedó en
silencio.
Gesticulaba
con una mano mientras agarraba el libro con la otra.
-
El sonido de unos pasos confirmaron que había otra persona en la embarcación.
Buscó alrededor suyo algo con lo que poder defenderse de quien quiera que
estuviese ahí fuera. Tenía en la mano la zapatilla que había caído del cuerpo
sin vida de la muchacha cuando apareció por el marco de la puerta…
Y
antes de terminar esta frase, se detuvo el metro, y el muchacho no perdió
tiempo en cerrar el libro, levantarse y salir al calor sofocante y la seguridad
que del andén.
Su
adversario se puso en pie, caminó tras él y lo detuvo con un bramido.
-
¿Y luego qué? - dijo sin llegar atravesar la puerta.
-
¿Cómo? – Respondió desconcertado.
-
¿Qué le pasó al chaval?
Como
respuesta vio cómo la mueca de terror de aquel héroe anónimo se transformaba
paulatinamente en una pícara sonrisa al tiempo que las puertas se cerraban.
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