jueves, 10 de diciembre de 2015

Sotaterra - l'Heroi

 
“El agua se encontraba más tranquila de lo que era habitual a esas horas de la tarde y se extendía hacia el horizonte como una sábana recién planchada. Y él nadaba plácidamente, como alguien empeñado en alterar lo menos posible la serenidad de la superficie. Avanzaba a través del mar irisado formando suaves ondas a su alrededor, con la serenidad y convicción que da el saber querápido se me apretoOó… y me gusta tanto cuando se pega, ¡pega!”

El joven pasajero levantó la vista del libro para averiguar qué había interrumpido su lectura. Acababa de cruzar la puerta un individuo corpulento, con un cigarrillo a medio fumar en la oreja y desnudo de cintura para arriba. La camiseta que debía cubrirle el torso colgaba despreocupadamente de su hombro. Se acercó haciendo sonar sus chanclas en el suelo y se acomodó a una distancia de dos asientos vacíos. Por lo visto, dicho individuo, no veía necesario el uso de auriculares a la hora de escuchar música. De tal manera que convertía a todos los que le rodeaban en involuntario público de su serenata. Nuestro protagonista trató de centrarse de nuevo en la novela que tenía entre las manos pero por encima de las palabras que su mente iba interpretando, se alzaba el metálico sonido del teléfono móvil de su vecino. Nadie dijo ni hizo nada para acabar con aquella falta de respeto. Había más gente allí dentro, no podía ser que a nadie más le resultara molesto. Frustrado, pensó en una fácil solución a su problema: desplazarse hasta otro punto del vagón. Allá donde la música de aquel energúmeno no pudiera incomodarlo. Pero en lugar de ello hizo algo que no habría osado hacer de no encontrarse tan furioso. Se acercó aún más a la fuente de su enfado. Justo al lado. Tocando muslo con muslo. Toda una provocación hacia alguien que, aparentemente, tendría las de ganar si el encuentro pasaba a mayores. Nuestro héroe abrió de nuevo el libro y habló dirigiéndose directamente a su antagonista.

            - Mientras nadaba, sólo pensaba en ella. En sus suaves muslos, en su piel color canela, en el lunar al borde el ombligo…

            Fue alzando la voz para imponerla sobre la irritante música, y la alzó más aún para acallar las réplicas de su oyente, que no se encontraba preparado para tal contrariedad.

- Subió las escaleras con la misma parsimonia con la que había llegado nadando. En su rostro de mirada ausente se dibujaba una sonrisa bobalicona.

Los boquerones frescos recién comprados de la mujer sentada en frente ayudaban a proyectar lo que leía.

- Quizá, de no encontrarse tan absorto, hubiera advertido las sutiles señales que presagiaban un final trágico.

El destinatario del relato levantó sus gafas de sol, aún incrédulo, para observar mejor a su rival.

– Se dirigió a proa mirando hacia la costa esquivando sin querer los retazos de una camiseta desgarrada.

Le pareció escuchar ahí fuera, graznidos de gaviota.

- Abrió los brazos y cerró los ojos para sentirse envuelto por aquel aire tan mediterráneo.

Olía el mar y casi sentía el agua salada en a boca.

- Tardó unos minutos en descubrir que algo no iba a bien. Esperaba verla nadando cerca de allí pero no conseguía encontrarla.

De pronto se dio cuenta de que la música había parado de sonar. Lo cual no le parecía una buena señal. Había olvidado que estaba leyendo en voz alta para importunar a un ser hostil.

-No está, ¿dónde puede haber ido?, dijo en voz alta.

No levantaba la cabeza del libro pero notaba la dura mirada de su oponente clavada en él.

– La esperó sentado mirando hacia la orilla hasta que vio caer el sol…

A cada palabra que pronunciaba, notaba crecer la tensión en el ambiente

-…y concluyó entonces que habían estado jugando con él. Aquello era algún tipo de broma pesada.

Sentía que la agresión física directa era ya una opción más que plausible

-Estaba a punto de volver cuando escuchó un sonido proveniente de la cabina.

El golpe parecía inminente, pero no desistió.

-Algo había caído.

Se le quebraba la voz. Se esfumaba el valor reunido por la rabia y empezaba a ver aquello como un sinsentido.

- Se acercó hasta allí con paso precavido…

Aunque empezaba a amilanarse, no paró de leer.

- … y al llegar, la vio.

Entrecerraba los ojos cada vez que intuía un movimiento brusco

- O mejor dicho, vio sus pies, descalzo uno de ellos, que colgaban inertes a un metro del suelo.

Aquello no había sido una buena idea.

- No se atrevió a mirar arriba, no quería ver su cara hinchada y azul.

Fue entonces, cuando ya tenía la certeza de que aquello no iba a acabar nada bien, cuando escuchó anunciarse su parada y recobró el valor perdido

- Un ligero balanceo le hizo suponer que alguien subía a bordo. Se quedó en silencio.

Gesticulaba con una mano mientras agarraba el libro con la otra.

- El sonido de unos pasos confirmaron que había otra persona en la embarcación. Buscó alrededor suyo algo con lo que poder defenderse de quien quiera que estuviese ahí fuera. Tenía en la mano la zapatilla que había caído del cuerpo sin vida de la muchacha cuando apareció por el marco de la puerta…

Y antes de terminar esta frase, se detuvo el metro, y el muchacho no perdió tiempo en cerrar el libro, levantarse y salir al calor sofocante y la seguridad que del andén.

Su adversario se puso en pie, caminó tras él y lo detuvo con un bramido.

- ¿Y luego qué? - dijo sin llegar atravesar la puerta.

- ¿Cómo? – Respondió desconcertado.

- ¿Qué le pasó al chaval?

            Como respuesta vio cómo la mueca de terror de aquel héroe anónimo se transformaba paulatinamente en una pícara sonrisa al tiempo que las puertas se cerraban.

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