martes, 8 de abril de 2014

El valor de un par de kiwis



- ¿Entonces entramos o no?

Maarten Goossens volvió a mirar abajo. El río se podía cruzar sin apenas dificultad pero al llegar a la otra orilla te topabas de golpe con una selva espesa y sofocante. Nada se veía ahí dentro, pues la vegetación se comía la luz del día.

- No lo sé, Jacky. No le veo sentido.

- Pero vamos a ver, ¿para qué hemos venido a estas tierras dejadas de la mano de dios?

- Sí, si sé que vamos a tener que meternos tarde o temprano, pero prefiero esperar al resto de la expedición.

- Si el rey Leopold te viera hablar así te expatriaba ya mismo.

- A mí no me jodas. El rey tampoco entraría ahí contigo.

- Ya veo... ¿Qué pasa? ¿Que no hay huevos?


Y estas últimas palabras activaron en el cerebro de Maarten un instinto primitivo más fuerte que el miedo. Era la necesidad imperiosa de demostrar mediante hazañas aparentemente superfluas que se es un macho de verdad. Habrá a quien le parezca una expresión sexista, quien piense que eso de combinar osadía y estupidez no es exclusivo de los que nacemos pegados a un pene. Yo no lo sé, no voy a meterme ahí. El caso es que, machista o no, existe la teoría de que gran parte de los descubrimientos realizados por la humanidad han venido precedidos por este tipo de provocaciones. Descubrimientos geográficos o científicos pero por encima de todo, descubrimientos gastronómicos. Desde el individuo que probó el kiwi convencido de que un enorme gorila se había dejado accidentalmente las pelotas colgando de un árbol, hasta el valiente idiota que se comió el primer yogurt (por dios, ese debía tenerlos bien gordos). Pensad, por ejemplo, en aquel que decidió hacer coliflor hervida. Te encuentras un vegetal que no es que sea para tirar cohetes pero se puede comer, que hasta te lo imaginas en una ensalada con tomate y aceite de oliva. Pero un día vas y te da por cocinarlo. Lo primero que debes pensar al oler la coliflor es que la has cagado, que se ha echado a perder y que lo más sensato es tirarla, volver sobre tus pasos y seguir comiéndotela cruda. Hace falta algo más que hambre para meterte eso en la boca por primera vez. Algo como una voz, en tu cabeza o fuera, que te diga 'no hay huevos'. O si no reflexionad sobre las setas. Gran parte de ellas son venenosas. El día que se juntaron todos para averiguar cuáles se podrían poner en una pizza y cuáles te mandan directo a la tumba, ¿cuántos tuvieron perecer entre viajes psicotrópicos? ¿De verdad se puede jugar a la ruleta rusa con la naturaleza sin plantar los cojones encima de la mesa y medirlos? Obviamente no.


Los exploradores Maarten Goossens y Jacques Voorhoof bajaron la ladera, cruzaron el río, se adentraron en aquella oscura selva congoleña y fueron devorados por una tribu autóctona. Además sus muertes no sirvieron absolutamente para nada ya que en aquellas tierras, a día de hoy, no se ha encontrado todavía nada digno de ser aprovechado. Pero no hay nada que reprocharles, aún así hicieron bien, porque gracias a esa necesidad que tenemos de evidenciar que nos siguen colgando los genitales, hoy podemos hacer la salsa roquefort con champiñones.